viernes, 4 de noviembre de 2011

CAZADORES vs. ECOLOGISTAS

CAZADORES vs. ECOLOGISTAS
(4 de Noviembre de 2.011)

Esta mañana, estamos a primeros del mes de Noviembre, a propósito de una revista de Medio Ambiente encontrada en mi mesa, concretamente “REDlife”, patrocinada por la Junta de Andalucía y otras empresas, dos compañeros se han dirigido a mí para hacerme dos observaciones.
La primera para asociar, dado que saben que soy cazador, el color rojo de la segunda parte del título “life” con la sangre:
- Es curioso, me dice una compañera, el color rojo, al igual que la sangre que se produce en la caza.
No se que tiene que ver la revista en cuestión con la caza, yo creo que mas bien nada, pero como vienen animales en la portada y soy cazador, enseguida asocian la publicación con la caza, cuando en realidad el tema fundamental de la revista es la conservación de la naturaleza en general.
En cuanto al color rojo, parece como si fuese exclusivamente el de la sangre, siendo bastante abundante en la naturaleza. Multitud de flores, frutos y bayas silvestres presentan este color, como la amapola y el madroñero y numerosos animales lo tienen para atraer a las hembras. Nuestra misma perdiz toma su nombre de sus coloraciones. Por otra parte el color rojo en Asia es predominante en las bodas, en la India representa la caballerosidad, esta presente en numerosas banderas del mundo y, aparte de otras cosas, también es usado en las prendas íntimas en ocasiones “solemnes”. ¡Bueno!, pues a pesar de todo parece ser que hay numerosas personas que asocian este color sólo y exclusivamente con la sangre y  la guerra, o por lo menos es lo primero que se les viene a la cabeza cuando ven algo rojo
La segunda ha sido una pregunta más directa, sin asociarme con la revista y yendo totalmente al grano:
- Los cazadores sois ecologistas, ¿no es cierto?
La primera observación, es evidente que ha tenido dos fallos, primero asociar la revista con la caza y segundo asociar el color del título con el color de la sangre. Enseguida he contestado con otra pregunta:
- ¿Tu sueles comer carne?
No he tenido respuesta, solo una sonrisa socarrona, marchándose enseguida sin querer entrar al trapo.
La segunda pregunta si la he respondido directamente:
- No se si los cazadores somos ecologistas o no, pero la realidad es que si hay perdices, liebres, conejos, venados y otras especies de caza en el campo, es porque los cazadores estamos interesados en que las haya.
Estas preguntas me invitan a hacer algunas reflexiones.
Las personas ajenas al mundo de la caza, no tienen que ser, ni parecer,  más sensibles a la vida animal que los cazadores. Por otra parte, estos últimos no tienen porque ser todo lo contrario, duros e insensibles. De hecho de todo encontramos en la viña del Señor, dentro de los cazadores y fuera de ellos. Los cazadores aunque a algunos no se lo parezca, también tenemos nuestro corazoncito.
Todo paisano ó currito,  - a excepción de los llamados vegetarianos estrictos, los denominados veganos” -   o sea  vegetarianos y no-vegetarianos, sean cazadores ó no cazadores, suelen ó solemos, comer carnes o productos animales con mayor o menor asiduidad. Pero existe una gran diferencia entre las consecuencias derivadas de comerse una perdiz o un pollo, un filete de ternera o uno de venado, un conejo de monte o uno doméstico.
De principio y eso es evidente, analizando la cuestión con extrema sencillez, sin entrar en la calidad de las carnes, por cada perdiz que se come un cazador u otro comensal cualquiera, deja de producirse su equivalente de peso de pollo, con lo cual se está evitando la muerte de un animal, el pollo, aunque sea  en perjuicio de otro, la perdiz. Igual pasaría con el conejo, vaca o venado. No se producirían ni más ni menos muertes de animales. La situación permanecería equilibrada.
Pero no debemos pararnos sólo en esto, aunque ya de por si sólo bastaría para justificar la caza en su sentido estricto: una muerte por otra: sustituimos, de una forma sencilla, un animal por otro. No hay que entrar en la discusión de si es cruel el acto de matar en la caza o en el matadero. Los dos actos son cruentos y tratan en lo posible de ser lo menos crueles posible.
En mi opinión, es  menos cruel la caza que el matadero: el animal en el campo pasa de la vida a la muerte, en la mayoría de los casos, en breves décimas de segundo, sin que siquiera se haya apercibido de ello. Los cartuchos de caza y las balas de rifle están diseñados para matar cuanto antes y ahorrar sufrimientos al animal. Sin embargo, en los mataderos, los animales se hacinan, pasan horas sin comer ni beber, después de un largo y penoso viaje,  y las mas de las veces llegan a la muerte en estado lamentable y apercibiéndose, con total seguridad, de lo que les espera. Eso sin contar las condiciones de vida por las que han pasado: encerrados en espacios mínimos sin apenas poder moverse.
Pero tenemos mas cuestiones importantes a analizar. No hacerlo sería considerar la cuestión de una enorme simpleza.
Es evidente que no se cría lo mismo una perdiz que un pollo. La producción de este último está totalmente tecnificada y controlada, mientras que la de la perdiz, a la diferencia  de tecnología hemos de añadir el inconveniente de la falta de control en el campo. Esta diferencia en uno y otro caso origina situaciones dignas de tener en cuenta, siendo la fundamental la cantidad de animales que deben existir en cada caso.
En el caso de los animales domésticos, sobre todo en las aves, la cantidad de animales totales necesarios para llegar a producir una unidad pollo en el plato es sensiblemente menor que las que se necesitan para producir una unidad perdiz: todos los pollos producidos, muy pocos dejan de llegar, dadas las escasas muertes u accidentes, a la edad de matadero y al plato del consumidor.
Sin embargo, para producir una perdiz adulta susceptible de ser cazada, hemos de partir de bastantes más animales. En cada uno de los pasos por los que pasa la reproducción (emparejamiento, puesta, fertilidad, eclosión, cría,  adaptación al medio, depredación en general, etc, etc.) tenemos que hablar de un porcentaje de éxitos que en la mayoría de los casos no pasa del 20-30%.
En una población perdicera, lo común es que si una vez terminada la temporada, dejamos un número determinado de adultos en el campo, lleguemos a la siguiente sólo con el doble de los dejados.
Por el contrario, en cualquier corral de cortijo, por cada gallina se pueden obtener catorce o quince pollitos, de los que llegan a adultos como poco un 50%. No digamos lo que se puede producir en una granja con manejo, alimentación y enfermedades controlados. La progresión animal en una cría controlada puede llegar a ser geométrica.
Hay otra cuestión fundamental: las granjas ocupan espacios reducidos y consecuentemente se producen contaminaciones a veces difícil de controlar, sea palomina, purines, plumas, etc, etc. Por el contrario, un coto de caza es necesario se encuentre en una gran extensión de terreno en el que la agricultura no se encuentre intensificada, produce mano de obra en fincas que no son adecuadas para el cultivo, justificando su existencia, y en definitiva y fundamentalmente, mantienen una población animal no cinegética, pero que existe por medio de la caza: linces, águilas, zorros, meloncillos, cuervos, arrendajos, rabilargos, y un gran número de animales que sobreviven gracias  a los cazadores y a la caza que estos cuidan.
En resumen, los cazadores somos consumidores de carne con ciertas diferencias de otros consumidores: producimos la carne con el animal en plena libertad, dejamos que llegue a su edad adulta, producimos para otros animales, los depredadores, sacrificamos los animales directamente sin necesidad del matarife, el animal pasa de la vida a la muerte sin enterarse, en mi caso los pelo o desuello, los limpio y me los como con la familia o los amigos, y por último, no me comparen la calidad de la carne de caza con la de un animal criado en estabulación, ¡por favor! Y encima de todo esto nos divertimos.
Si el que practica lo anterior merece llamarse ecologista, es algo que deben medir y calificar las personas con objetividad.