jueves, 7 de febrero de 2013

LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA NATURALEZA: INTERVENCIÓN O INTERVENCIONISMO




Por “Intervención”, al hablar del Gobierno, entendemos la acción de ejercer funciones propias de la Administración Pública, mediar por algo o alguien, interceder, etc.. Esta intervención está encaminada a que mejoren los procedimientos habituales en los procesos productivos, sociales, deportivos, medioambientales…. Así, las Administraciones Públicas pueden hacer una carretera que mejore las comunicaciones, una escuela pública donde la gente adquiera cultura, un polideportivo para ejercitarse, ó algo tan distinto como dar de comer a un buitre durante un crudo invierno. Pero si esta “Intervención” se vuelve reiterada, a destiempo, pesada, excesiva, no adecuada, etc..., se pasa a lo que se puede denominar “Intervencionismo”.
Así, ocurre que  hoy en día tenemos aeropuertos sin usar, autovías financiadas con los fondos europeos que no podemos conservar, Universidades subutilizadas (una en cada provincia y en algún que otro pueblo), Estadios Olímpicos de adorno, Palacios de Congresos para tres eventos al año, trenes de alta velocidad que transportan dos viajeros, setas gigantescas en la plazas públicas para no se que coño……, ó programas de elevado presupuesto para criar águilas y linces “robados” al  campo, para reproducción en zoológicos y tener en un práctico abandono los ecosistemas  de estas especies.
Hay un refrán ó proverbio, muy antiguo, que dice lo siguiente: “tanto quiso el diablo a su hijo hasta que le saltó un ojo”, indicativo de que el excesivo cuido y mimo por parte de los padres con sus hijos puede desembocar, a menudo, en individuos que no sepan defenderse  de forma adecuada en un futuro ó incluso en males no esperados.
Últimamente, estamos asistiendo a una intervención de las Administraciones Públicas en el Medio Ambiente ó, lo que es peor, intervención de empresas privadas autorizadas sin cualificación y sin supervisión, lo que origina un resultado bastante negativo en la supervivencia de nuestras especies, tanto animales como vegetales.
Hemos visto en bastantes periódicos el revuelo causado por la denominada "Operación Horus", ver enlace, post del día 21 de Octubre de 2012, relacionada con la cría del Águila Real. Ya hablé en ese artículo del papel desempeñado por la Administración Pública en esta operación y me referí a su intervención en cuanto a las posibles subvenciones que ha llevado a cabo. Pero esta vez no quiero referirme a  asuntos económicos, sino quizás a algo más importante e irremediable: el papel desempeñado por las Administraciones en el desarrollo de los programas de reproducción y cría de animales que se encuentran en peligro de extinción. Por decirlo de forma clara: la intervención en la biología y ecosistemas de las especies consideradas.
Hay varias especies objeto de estudio respecto a su posible peligro de extinción, entre las que podemos considerar como más importantes dos: el Águila Real Ibérica (Aquila chrysaetos homeyeri), ave rapaz de la familia Accipitridae, subespecie de águila real, que habita la Península Ibérica,  y el Lince Ibérico (Lynx pardinus), mamífero carnívoro de la familia Felidae, endémico de la Península Ibérica.
La primera  se halla muy repartida por toda la península, incluso por el norte de África. Por el contrario, el lince sólo está presente con seguridad y presencia de reproducción en dos núcleos de la península: Sierra Morena, en concreto el Parque Natural de la Sierra de Andújar (que es la principal población de lince ibérico existente) y los parques naturales de Cardeña y Montoro, y el Parque nacional de Doñana y su entorno.
La Administración Pública lleva, intenta diría yo, a término, importantes, más bien pomposos, programas, con importantes desembolsos de dinero, para llevar a cabo medidas de control de reproducción de estos animales en cautividad y posterior suelta en los ecosistemas elegidos, tanto en el caso del Águila Real como del Lince Ibérico.
Según se desprende de la denuncia en la “Operación Horus”, los implicados, según la Guardia Civil, robaban huevos y pollos de águila imperial del medio natural y los llevaban al centro de San Jerónimo de Sevilla, donde los presentaban como nacidos en este centro para seguir cobrando subvenciones.
Los denunciados se defienden esgrimiendo que los agentes de la Guardia Civil confunden  actividades irregulares de cetreros con las prácticas científicas autorizadas que desarrolla el Centro. Parece ser que la Administración permite este “hurto” de huevos y pollos basándose en  que la capacidad de reproducción de determinadas especies  es bastante limitada, ya que aunque una pareja de Águilas Reales pueda poner hasta tres huevos, lo normal es que sólo sobreviva un pollo, estando el resto condenado a morir, ya por falta de eclosión del huevo, eclosión a destiempo de unos con respecto a otros o incluso por el fenómeno denominado "cainismo" (los pollos grandes y fuertes expulsan o matan a los más débiles y pequeños).
Esto es muy curioso; cuando el que molesta un nido o una cría de una especie protegida es un agricultor o ganadero , la administración se le echa encima descargando sobre el todo el peso de la Ley, pero cuando es la Administración la que interviene esta por encima de toda culpa.
En la publicidad ecologista de la administración estamos hartos de oír que las excursiones en el campo, búsqueda de setas y espárragos, el alpinismo y visita de los lugares frecuentados por estas especies son causas más que probables para que las aves “aborrezcan”  y dejen el nido abandonado. Pero cuando la Administración interviene o incluso da permiso a personas poco instruidas, el peligro desaparece. Se expolian los nidos de huevos y pollos sin que este acto sea consecuencia de nada, en este caso el Águila no se molesta, no así cuando un agricultor o ganadero interviene en una labor propia de su trabajo cerca del nido para ganarse la vida.
Por otro lado, partiendo de la base de que la naturaleza es sabia, debemos suponer que el pollo de águila que llega a adulto en su medio natural es porque  está mejor dotado para la supervivencia que aquel que pierde la vida en el intento. Y yo me pregunto ¿Quién nos asegura que estamos retirando del nido el huevo o el pollo menos viable? ¿Quién  nos dice que no estamos dejando en el nido el pollo peor dotado genéticamente? El estropicio causado puede ser doble: intentar criar de forma artificial un pollo que hubiera sido viable en su medio natural y fracasar, y que fracase también el Águila en la cría del pollo peor dotado.
Con el lince pasa algo parecido. Le sustraemos al ecosistema individuos adultos salvajes, los ponemos en cautiverio, los domesticamos, hacemos que críen, con abundantes bajas, todo sea por la ciencia, para posteriormente soltarlos  al campo.
Eso sí, tanto con el Águila como con el Lince, se preocupan de dotarlos de artilugios electrónicos, collares con radiotransmisores en el cuello, debajo de las plumas o vaya usted a averiguar donde, a veces con antenas de más de medio metro. Todo para tener al bicho bien controladito, saber por donde camina, donde come, donde bebe y ¡como no!, ¡donde se muere!  ¡Cómo si los bichos no tuvieran ya de por si dificultades para cazar y buscarse el sustento, ahora le ponemos un estorbo más! A alguno le pondría yo un grillete en un tobillo, por no decir en otro sitio, ¡a ver como se desenvuelve! Sería curioso comprobar cuántos animales mueren por esta intervención del hombre intentando hacer lo contrario.
Es curioso que de que de los dos ecosistemas existentes donde existe las dos especies, Sierra Morena y el Parque Nacional de Doñana, sea en el primero donde se mantengan en mejor estado tanto el Águila como el Lince, precisamente donde existe una estrecha colaboración de fincas privadas donde la intervención con los animales es mínima. Eso si, son terrenos acotados y gestionados por los propietarios y cazadores. Tanto a unos como otros les interesa mantener el ecosistema en un equilibrio entre la ganadería, agricultura y caza, equilibrio que redunda en beneficio de ambas especies. Sin embargo el ecosistema de Doñana está cada vez mas desequilibrado, los acuíferos prácticamente agotados debido a las extracciones tanto para urbanizaciones como regadíos, la caza mayor necesitada de una renovación de sangre que no se produce y el conejo, comida principal de una y otra especie olvidado e intentando por si solo de sobreponerse a las dificultades de las enfermedades.



Fotos de Águila y Lince con dispositivos electrónicos “a cuesta”. El del lince, para más INRI, con un collar de colorines, “celestón”

Por otra parte, en primer lugar, no hay que olvidar que los ejemplares introducidos que provienen de zonas artificiales de cría con limitación de espacio, podíamos decir pajareras o jaulas zoológicas , tienen su capacidad de adaptación al medio bastante limitada, ya que se pierden durante el cautiverio, y por otro lado ¿Quién nos asegura que no estemos introduciendo en el ecosistema gérmenes (virus, bacterias u hongos)  perjudiciales a la población silvestre?
Opino que la intervención de la Administración debería incidir más en los ecosistemas que directamente sobre los animales en peligro. A estos mientras más tranquilos los dejemos, mejor. Se deberían cuidar sus habitas naturales, incidiendo en la limpieza de los montes cada vez más sucios, prevención de incendios, establecimiento de programas que ayuden al equilibrio entre la ganadería doméstica, cada vez más numerosa debido a las subvenciones europeas, vigilancia de tratamientos fitosanitarios directamente en el campo o en las semillas y algo que se olvida siempre por la Administración: el control de depredadores o alimañas, como se denominaban antiguamente. No podemos ni imaginar la cantidad de depredadores que hay en nuestros campos, la mayoría competidores de águilas y linces,  que por no mostrarse a menudo creemos que se encuentran escasos siendo todo lo contrario; me refiero a zorros, meloncillos, ginetas, turones, tejones, comadrejas, etc..etc... Todos comen a diario en el campo, por supuesto carne, y a excepción del zorro, todos los demás son especies protegidas.
En definitiva, creo que los cazadores, en su propio interés, cuidan más de los ecosistemas  que la propia Administración.