lunes, 5 de marzo de 2018

SOBRE LOS CAMPEONATOS DE CAZA MENOR CON PERRO



Tomando una copa en la sede de la Sociedad Local de Cazadores de Monesterio veo en el tabón de anuncios la circular de la Federación Extremeña de caza en la que se comunica al presidente de la Sociedad los Campeonatos provinciales de Badajoz y Cáceres de Caza Menor con Perro con indicación de fechas y lugares de celebración. Igualmente las bases del concurso, entre las que destaco las siguientes:
<< La prueba es de cinco horas de duración, de las nueve a las catorce horas. Las especies y el cupo serán las del cuadro adjunto. Aparte de la documentación del cazador, bastante exhaustiva, se exige el Pasaporte (¿) y microchip del perro.
Cada Sociedad federada puede llevar dos participantes>>

 Acaba la circular con la despedida y anexa un modelo de solicitud.

Atentamente El Presidente de FEDEXCAZA -José María Gallardo Gil
Federación Extremeña de Caza. Ctra. De Cáceres, 3 (Edificio Blanco) C.P. 06007 – Badajoz Tel: 924-17.10.24 Fax: 824-68.00.88 Email: federexca@fedexcaza.com web: www.fedexcaza.com  >>

Me acordé cuando participé en el campeonato provincial de caza, hace ya bastante tiempo. Era, creo, el año 1.984 y el presidente de la Sociedad Local de Monesterio me propuso participar en el campeonato de Badajoz, como representante de la Sociedad. Se celebró también en la zona de Valdecaballeros. Tenía entonces 36 años y estaba en plena forma. Me acompañó mi hermano J. Manuel y un compañero de caza, Rogelio (†), que iba nombrado por la sociedad para actuar como juez ante otro concursante. Nos dimos un madrugón y una buena cochada: salimos a las cuatro de la mañana, más de 200 km, en aquellos tiempos sin autovía.
Nunca había participado, ni tan siquiera había asistido, a un campeonato de caza. Ni idea de cómo funcionaba el sistema. A partir de este me empecé a dar cuenta de cómo eran y se desarrollaban, con lo que me quedé totalmente decepcionado. Yo creía, o por lo menos eso me figuraba, que nos asignarían un terreno a cada uno y que podíamos cazar con toda la tranquilidad del mundo, ¡Qué iluso! Nada más lejos de la realidad. Una vez que nos dijeron las condiciones generales, se nos señaló un terreno de unas 300 ha., ¡para todos! con fijación de los límites naturales más importantes: carreteras, ríos, alambrada cinegética del coto limítrofe, así como otros accidentes geográficos sencillos de ver y analizar.
La primera sorpresa fue el comienzo de la cacería. Se indicó que la misma comenzaría con un disparo realizado por el encargado del asunto. Este cogió una escopeta, se la echó a la cara, apuntó al cielo y disparó. Nada más sonar el tiro la casi totalidad de los concursantes, más de 30,  salió corriendo como alma que lleva el diablo en una dirección, con lo que más parecía una carrera de atletismo que una competición cinegética. Yo me quedé patidifuso y supuse que todos corrían hacia el mismo lugar con el ánimo de llegar cuanto antes y poder abatir la pieza que más puntuaba, la perdiz.
Una cosa me quedó clara: el que más y el que menos conocía el terreno de antemano, había estado en él unos días antes y lo había estudiado con detalle. La carrera efectuada por la mayoría hacia un sitio determinado indicaba a las claras el lugar donde podían encontrase las mucha o pocas perdices del lugar, las piezas que más puntuaban. Este conocimiento, con anticipación, del terreno por parte de los concursantes se presta a la picaresca de poder hacer chanchullos. En el año 2007, en la final del XXXIX campeonato en Ribera del Fresno (Badajoz), el tetracampeón Francisco Fernández Sierra fue descalificado tras una denuncia de su juez de campo, que lo acusó de hacer trampas. Había colocado piezas muertas con anterioridad en lugares estratégicos del terreno, que recogía durante el transcurso de la cacería haciendo como si las había matado. Claro que todo esto era totalmente nuevo para mí, con lo que más que pagar la novatada fui de “pardillo” total.
Llevaba conmigo una perra podenca que había traído de Alicante, la “Mori”. Por cierto, un animal excelente para la caza menor: hacia la liebre, la perdiz y el conejo como ninguno otro perro. Su comportamiento era bastante mejor que muchos perros de muestra.


Una vez efectuado el disparo de salida y vi la “estampida”, ni se me ocurrió seguirles. La idea me pareció no solo poco adecuada, sino también bastante peligrosa. Así que me quedé quieto, esperé a que se hubieran alejado y salí en dirección totalmente contraria a la tomada por aquella multitud. Enseguida llegué a uno de los límites fijados, una carretera comarcal, y me dediqué a cazar con tranquilidad a lo largo de la misma. El terreno era propicio para las liebres y antes de dos horas, con el excelente concurso de la perra, me había “estirancado” cinco liebres como perros. En mi larga vida de cazador no he visto nunca liebres tan grandes, todas próximas a los tres kilos de peso. Los cerca de 15 kg a la espalda durante más de cinco horas me pusieron a “caldo”.
A partir de las dos horas veía a lo lejos, de vez en cuando, cazadores correr de un lado para otro. En mi vida me planteé que la caza al salto se pudiera hacer corriendo. Sabía que la perdiz había de apretarse con ánimo de poder alcanzarla antes de que apeonase lo suficiente para alejarse, ¿pero correr a toda pastilla? Increíble. Luego leí en alguna revista la forma de cazar la perdiz por el famoso Ismael Tragacete, un personaje que ostenta seis campeonatos nacionales, el cual llegó a correr en un campeonato más de 70 km en 7 horas, lo que significa una velocidad media de 10 Km/hora, de tal forma que necesitaba que relevaran en varias ocasiones al juez de campo que le acompañaba para verificar la legalidad de las capturas. El sistema, denominado “el caracol”, consistía, una vez localizada la perdiz, en correr en amplios círculos dando la apariencia de ir en dirección contraria, lo que podría engañar a la perdiz haciéndola creer que se alejaba, hasta ver que la perdiz se aplastaba, momento en que se cerraba el circulo con acercamiento hacia ella. Para aplicar este “sistema” se requieren unas piernas de corredor de maratón, agilidad extrema, pulmones de atleta y una vista de águila. Es necesario que una vez localizada la perdiz, no se la pierda de vista mientras se corre. Con todos mis respetos hacia el Sr. Tragacete, me hubiera gustado verle hacer “El Caracol” en lo alto de “Sierra Morena” acompañado de otros compañeros. Este sistema será muy bueno cuando se va solo y se practica la caza en terrenos afables, como suelen ser los llanos de La Mancha o sitios parecidos. En una sierra, a las primeras de hacer “El Caracol” tendremos a todas las perdices espurriadas a más de tres km, eso si las pendientes y el monte te lo permite. Aquí hay que ir despacio hasta espantar el bando y posteriormente apretar el paso pero sin correr intentando que las perdices no se espanten antes de llegar. En una sierra la perdiz encuentra la salvación en el vuelo largo y posterior peonaje, a ver si se pierde. El aplastamiento, salvo excepciones, lo reserva para terrenos llanos en los que volando gasta energía que la obligan a parar. Pero en una sierra, vuela y se descuelga casi sin cansarse y en un solo vuelo se ha perdido de vista para el resto del día.
En definitiva, una forma de cazar totalmente contraria a lo que yo había aprendida de mis compañeros de caza mayores: “sin prisas pero sin pausas”. Hay que seguir una cierta formación, hay que buscar la caza, en el caso de las perdices con tranquilidad, para una vez espantada y separadas llegar de nuevo a ella con rapidez pero nunca “corriendo”. Después, cuando los pájaros están separados hay que cazar con pausa, dejando trabajar a los perros con tranquilidad y buscando, si es necesario mata por mata. En cualquiera de ellas se aplasta una perdiz y se queda atrás sin que salga. Hay un dicho en la caza muy significativa: “la caza requiere cazador y perro cojos”
Sólo vi volar una perdiz en toda la cacería. Sucedió a la mitad de la misma y ya llevaba las cinco liebres en lo alto de las costillas. La vi dar de ala a unos 150 metros y esconderse detrás de un cerro. ¡Estupendo!, dije para mí, tendré la oportunidad de abatir una patirroja. Eché a andar con rapidez en la dirección por la que se perdió la perdiz con ánimo de sorprenderla en la asomada, pero el sorprendido fui yo. Nada más asomar al cerro y disponerme a buscar y levantar el pájaro, veo a otros dos cazadores corriendo como posesos, uno por mi izquierda, el otro por mi derecha, a unos cincuenta o sesenta metros. Al verlos me quedé totalmente parado y sorprendido a la espera de lo que podía ocurrir. La dirección de cada uno de ellos presagiaba que iban a confluir en un mismo punto, donde se suponía podría estar el pájaro, por cierto al que también iba a llegar yo. De pronto sale la perdiz y emprende el vuelo hacia adelante; antes de que pudiera disparar, la escopeta se me quedó a media distancia del hombro, suenan ¡cuatro tiros! casi simultáneos. Al igual que yo, los dos cazadores debieron ver volar al pájaro y han disparado toda la munición permitida al mismo tiempo. La perdiz se queda hecha en el aire una aljofifa viniéndose al suelo como un trapo. Debe tener plomo hasta en el carnet de identidad. Todavía parado, totalmente sorprendido, veo como uno de los perros la cobra y se la lleva al cazador que cae a mi derecha. Antes de que el can se la dé ha llegado corriendo el otro cazador, situado a mi izquierda, reclamando la pieza. Se han enzarzado los dos en una discusión sobre cuál debe adjudicársela. La realidad es que los tiros han sido casi simultáneos y la decisión no debe ser nada fácil. Se plantea un serio problema para los jueces que los acompañan. Lo que en una cacería normal suele ser una satisfacción por abatir una pieza, sea de uno u otro compañero, se convierte en este caso en una “casi” violenta discusión sobre quien se “apunta” la pieza abatida. La escena me quita las ganas de seguir cazando y poco a poco, sin aliciente alguno, fui acercándome al lugar del control para finalizar la jornada. Creo que ganó el concurso un cazador con seis piezas, una más que yo: cuatro perdices, una liebre y un conejo. Claro, con bastantes más puntos.
Una nota destacable del concurso fue la de un participante que entregó en el control 8 palomas torcaces, en ese concurso puntuaban, pero que no fueron suficientes dada la baja puntuación de estas piezas. Fue curioso por la razón de que el cazador vio un paso de palomas y estuvo la mayor parte de la cacería apostado, quieto en un puesto. Con un poco más de suerte hubiera ganado el concurso sin correr, ni siquiera andar, y sin competir con los demás.
Otro dato curioso, el de un concursante que presentó en el control dos liebres o, mejor dicho, parte de las mismas. Con ánimo de no llevar peso le había arrancado tripas y toda la parte trasera, sólo tenían la cabeza, las patas delanteras y un trozo de pellejo colgando. Lo curioso es que se las puntuaron como si se tratara de piezas aprovechables culinariamente hablando. Increíble, pero cierto, se las catalogaron de forma normal. Cuando descargué en el control mis cinco liebres enteritas se me quedó cara de “gilipoyas”. Creo que también algún juez se quedó algo sorprendido.
Por lo que respecta a mi participación sufrí una gran decepción y sirvió para no ir más a ningún otro concurso. Nunca me gustó competir en nada, pero en caza menos. La competición siempre entre amigos y siendo la victoria un aliciente secundario.