miércoles, 18 de abril de 2018

LA CAZA EN LA ACTUALIDAD

He leído hoy domingo, 15/04/2.018, en el diario “ABC” de Sevilla, una entrevista, hecha por Romualdo Maestre al presidente de la Federación Andaluza de Caza, José María Mancheño. Dicha entrevista se hace con motivo de la manifestación que llevamos a cabo los cazadores para reivindicar medidas frente a la campaña de acoso y derribo que se nos hace desde determinados colectivos, “animalistas” y “ecologistas”, desde los que no sólo se critica nuestra forma de hacer sino que también tenemos que aguantar insultos, calumnias e injurias.

Soy cazador desde pequeñito y reconozco toda la labor que hace el cazador en el medio agrario ayudando a que se mantenga un equilibrio entre la caza y el medio que la rodea, sin olvidar que vivimos en un momento en que no debemos olvidarnos del progreso que posibilita el desarrollo de la especie humana, indudablemente en detrimento del propio desarrollo de otras especies. Si esto último no se comprende excusamos de seguir haciendo deliberaciones.

 Se ha definido el desarrollo sostenible como «el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de ese bien natural renovable para mantener las necesidades de las generaciones futuras; que no amenace la viabilidad y desarrollo de otros bienes dependientes o relacionados con los aprovechados; y que no ponga en peligro la estabilidad del ecosistema en el que se desenvuelven los bienes naturales manejados».

Los bienes que nos brinda la Naturaleza, fundamentalmente los seres vivos, plantas y animales, pueden verse comprometidos por un desarrollo en exceso de algunas de las especies que nos brinda la misma. Pero existe un mecanismo de compensación de la propia Naturaleza que hace que sea posible la vuelta al equilibrio. Es una teoría según la cual un exceso de población se corrige por una “retroalimentación negativa”, según la cual cuando una especie se desarrolla en exceso, aquellas otras de las que depende disminuyen, con lo cual ella disminuirá igualmente por la falta de las que depende. Ello volverá a traer otra vez a su punto de equilibrio. Este incremento y disminución de las especies alrededor de este punto de equilibrio está continuamente en movimiento, por lo que este equilibrio es totalmente dinámico. Esto es aplicable en los sistemas depredador/presa (lince y águila real respecto del conejo de monte) o relación entre herbívoros y las plantas que constituyen su fuente de alimento (oso panda y bambú).



Pero claro, una de las especies que se encuentra dentro de este equilibrio es la especie humana. Y da la casualidad, que debido a ciertas particularidades de la misma en las que no voy a entrar ahora mismo, esta especie tiene la cualidad de ser única en lo que respecta a su capacidad de adaptación al medio natural. Desde la aparición del género “homo” en la tierra hace más de 2.000.000 de años, distintas especies, “habilis”, “erectus”, etc, fueron desapareciendo dando lugar a otras con más capacidad de adaptación. Así, hace unos 300.000 años, aparece la especie “sapiens”, y desde entonces, aunque ha habido periodos en los que el número de sus individuos se ha visto recortado debido a desastres naturales o enfermedades generalizadas, siempre, por lo menos hasta ahora, desde el año 10.000 a.c. no ha dejado de crecer: de 1.000.000 de individuos, hasta más de 7.000.000.000 en la actualidad. Esta evolución dentro de las especies “homo” hasta llegar al “H. sapiens” y su crecimiento exponencial hasta nuestros días son consecuencias de su capacidad de adaptación al medio: alimentación, vestidos, búsqueda de refugios y ya más recientemente la higiene y la sanidad debido a los nuevos desarrollos tecnológicos.

Que nadie se extrañe que este incremento poblacional de una especie, “Homo Sapiens”, en comparación con el resto, haya tenido consecuencias sobre el equilibrio ecológico y que a lo largo del tiempo, debido a su capacidad de adaptación haya ido ocupando nuevos nichos ecológicos y haciendo desaparecer a otras especies de su entorno. Pero también ha hecho aparecer nuevas especies o bien adaptando las existentes a una mejor producción de aquellos productos que más le convenían: lana, pieles, leche, carne, huevos, etc., en el caso de los animales y producción de cereales, leguminosas, oleáceas, etc., en el caso de las plantas. Así se pasó de cazar y recolectar lo que daba el campo de modo natural a domesticar animales y plantas para poder controlar las poblaciones y no depender de las derivas de la naturaleza.

Esta domesticación de animales y plantas sirvió para disminuir el ejercicio de la caza como medio de sustento. De esta forma se le quitó a las especies silvestres cierta parte de su hábitat, pero también posibilitó la reserva de ciertos espacios para mantenerlas sin ser molestadas. En principio estos espacios donde se mantenían los animales en libertad eran o bien aquellos que no podían ser “cultivados” por el hombre o bien porque no le eran necesarios. También en otros casos, bastantes, los animales salvajes convivían con el hombre y sus animales domésticos y se aprovechaban de los nuevos cultivos.

Siempre, incluso después de domesticación de animales y plantas, el hombre siguió conservando en sus genes la necesidad y vocación de la caza y de vez en cuando, siempre que se lo permitían sus obligaciones, ejercía las acciones cinegéticas encaminadas a satisfacer esa necesidad, viendo suplementada su dieta de carne.

Poco a poco, los terrenos naturales por los que campaban a su aire los animales silvestres han ido disminuyendo en beneficio de terrenos de cultivo, aprovechamiento forestal o por ganadería doméstica. Era difícil encontrar alguna zona no hoyada por los pies del “h. sapiens”. Era necesario para poder alimentar a tantos miles de millones de criaturas. Los animales silvestres empezaron a disminuir, incluso desaparecer, fundamentalmente por hacer la competencia a los domésticos: la caza y la ganadería son totalmente incompatibles. Esto es un hecho totalmente demostrado, todo debido a la primacía de una especie superior, “H. Sapiens” frente al resto de las demás especies. Es algo que se constata sin necesidad de demostrarlo, el hombre es la especie más preparada para la supervivencia y sobrevive a todas las que están a su alrededor. Pero la misma cualidad que tiene para sobrevivir es también la que le sirve para darse cuenta que sin el resto de las restantes especies su supervivencia se iría a la mierda. Y ya no me refiero a las especies domésticas, sino también a las salvajes. Es preciso preservar esa carga genética de todas las especies, domésticas y salvajes, que nos ayuden a seguir prosperando.

Por lo dicho anteriormente, por su inteligencia y capacidad de adaptación, el “H. sapiens” se ha dado totalmente cuenta que su supervivencia depende también de la propia supervivencia de las demás especies. Pero esta supervivencia debe tener un límite; dicho límite es aquel que permita el progreso y desarrollo del hombre en coexistencia con los demás animales. Es el nuevo equilibrio impuesto por el hombre, la especie que, por razones que no voy a exponer ahora ni vienen al caso, se encuentra en la cúspide de la pirámide. Pero también es el hombre quien tiene que poner los medios para determinar este límite. El hombre dispone de muchos medios entre los que destaca la eliminación de aquellos animales sobrantes que romperían el equilibrio ecológico en que se encuentran. Y dentro de estos medios de eliminación se encuentra la caza: las especies se someten a un proceso de “selección” mediante la práctica de acciones cinegéticas que disminuyen la población a los límites deseados. La intensidad de la acción cinegética será mayor o menor en función de la población de la especie considerada. Pero el cazador no solo se preocupa de la disminución de la densidad poblacional en caso de abundancia, sino que también y esto es lo más importante, se preocupa de que la población aumente en caso necesario. Tenemos multitud de ejemplos de cómo han influido los cazadores de forma positiva en la existencia actual de ciertos parques naturales. Que hubiera sido de “Doñana”, “Sierra de Cardeña y Montoro”, “Monfragüe” y otros de no ser por los cazadores.

En estos lugares, sólo quedaban algunos reductos adonde fueron relegados unos pocos individuos, testigos de lo que fue una población abundante en tiempos pasados. Esos lugares eran visitados por unos pocos privilegiados que veían satisfechos sus deseos ancestrales de ejercitar el ejercicio cinegético y de forma simultánea pasar un día en plena naturaleza después de haber estado encerrado en un cubículo dentro de una ciudad apestada por los coches y demás zarandajas propias de la urbanización propiciada por el mismo. Ellos cuidaron de estos lugares para que los animales siguieran existiendo y después comenzaron a aparecer las zonas acotadas propiciadas por los mismos cazadores que posibilitaron que las especies cinegéticas fueran en aumento y existieran tal como se ve hoy en día.


Con la práctica de la caza se controlan las poblaciones silvestres, reduciendo enfermedades, preservando la flora, disminuyendo daños a la agricultura, se prevén accidentes de tráfico, etc., etc. Sin olvidar, por supuesto, la contribución de la caza al P.I.B. de las regiones, sobre todo de aquellas que son inminentemente de carácter rural.

Por ello, hoy los cazadores salimos a la calle para reivindicar que la Administración Pública tome medidas frente a la campaña de acoso y derribo que tienen algunos grupos como “Animalistas” y Ecologistas”. Estos grupos no solo protestan, sino que también hacen campañas de injurias, calumnias y acoso contra los cazadores. Nosotros queremos ser parte de la Sociedad Civil y demostrar que somos parte importante en la conservación medioambiental.

Agradezco a todos los estamentos públicos que apoyan a la caza como un medio de desarrollo sostenible. Todos los cazadores, por la cuenta que nos tiene, somos aliados en materia de conservación medioambiental y tememos que informar y convencer de ello a la sociedad civil en general.

El presidente de la Federación Andaluza de Caza, José María Mancheño, alude en la entrevista a la que hacía referencia que la caza “es hoy una afición, uso o deporte al alcance de cualquier persona. La caza es un fiel reflejo de la sociedad actual y por esta razón, puedes cazar en un coto por algo más de 120 euros al año o acudir a una montería de varios miles de euros. A día de hoy, la caza se ha socializado y esa imagen de afición para ricos es absolutamente incierta. Caza quien quiere y la gente que vive en el mundo rural lo sabe bien. Los días de «La escopeta nacional» o los «Santos inocentes» pasaron hace mucho tiempo, eso ya no existe”.

Animo a todos los cazadores a defender esta afición que nos sirve para contribuir de una forma sostenible al desarrollo del medio natural y otra cosa también muy importante: a incrementar la amistad y camaradería entre todos los cazadores. Intentemos divertirnos no sólo sin hacer daño, sino también ayudarlo a mantenerlo en condiciones óptimas para el desarrollo de las especies.