lunes, 18 de febrero de 2019

LA CAZA DESCAFEINADA HA LLEGADO A MI PUEBLO, MONESTERIO


Hay un refrán que dice que “cuando no hay lomo de todo como” u otro quizás más de campo aunque sea algo menos explicable. Cuando se ven zorros bicheando en el campo en busca de insectos, se hace uno la siguiente pregunta: “Cuando la zorra anda a grillos, ¿cómo estará el campo? Pues eso es precisamente lo que está ocurriendo. Antes uno se conformaba con las jornadas de caza disfrutadas mientras la veda estaba abierta y después se limpiaban las armas, se engrasaban y se guardaban hasta la apertura de la temporada siguiente. Como mucho, algunos cazadores se entrenaban o entretenían con jornadas de tiro al plato en competición o para pasar el día entre amigos. Eso sí, siempre con la veda cerrada.

Pero la cosa empezó a cambiar. Por un lado la aparición, en el mundillo de la caza, de nuevos escopeteros debida al incremento del nivel de vida y por otro la escasez de la caza generada por enfermedades y cambios en los aprovechamientos agrarios, han ido obligando, con lentitud pero sin pausa, a cambios profundos en las costumbres de los cazadores de este país.

En mis tiempos de “aprendiz”, la experiencia se cogía directamente en el campo. La escasez pecuniaria hacía imposible realizar entrenamientos de caza simulada. Nada de tiros al plato que suponían un dispendio de cartuchos para los que no estaba uno preparado económicamente. Hasta para la caza había escasez extrema que, en parte, quedaba compensada con la relativa abundancia de piezas: yo recuerdo, en mis principios, salir al campo con dos o tres cartuchos, costaban 50 céntimos, ¡de peseta!, y regresar a casa con dos o tres piezas, ¡Eso sí! Las piezas se escogían con sumo cuidado con tal de no fallarlas.

Poco a poco las costumbres fueron cambiando. La abundancia de caza empezó a crecer inversamente proporcional a la disposición económica. Cada vez se disponía de más cartuchos y menos piezas. Pero lo que pasa, uno estaba acostumbrado a la economía anterior y aseguraba las piezas de la misma o parecida forma “ahorrativa” de antaño: nada de disparar sobre piezas difíciles de abatir ya fuera por dificultad o por ir demasiado lejanas. Yo me ponía de mil demonios cuando veía a alguien, sobre todo a cazadores noveles, descargar la repetidora sobre piezas imposibles de abatir. Hoy en día hay cazadores hechos en los días de “pujanza”, antes de las crisis, profesionales, en su mayoría, del sector de la construcción u otros afines, que ganaron dinero “a espuertas” mientras duraron las “vacas gordas”. Recuerdo una anécdota indicativa de lo ligero que tienen algunos cazadores el dedo. La acción se desarrolló de la siguiente manera: “Estaba yo con otros tres compañeros, dos de ellos padre e hijo, en una jornada de zorzales por la mañana. A lo lejos se vislumbra un grupo de torcaces que pasan por encima a no menos de 150 metros, quizás bastante más. Sólo se atisban sus siluetas azuladas: ninguna otra característica diferencial que a ojos de un inexperto permita decir si son torcaces o zuritas. De hecho, tanto el padre como su hijo creyeron que eran de estas últimas. Al pasar por la vertical, padre e hijo descargan la repetidora, tres tiros cada uno, y hasta el tercer compañero, contagiado por el tiroteo, le suelta un tiro. Pero lo más increíble de todo es que el niño, en un acto propio del “far west”, vuelve a cargar la repetidora con otros tres tiros y vuelve a descargarla con las palomas cuando estas, a consecuencia de la primera descarga, se batían en retirada y se encontraba aún más lejos todavía”. Pero lo más increíble de todo es que el padre ni siquiera le llama la atención; la formación cinegética brilla por su ausencia. Las consecuencias de estos actos son siempre negativas: resabio de la caza, piezas heridas imposibles de cobrar, espantar la caza al compañero, quedarte con el arma descargada en ocasión más propicia, gasto innecesario de pólvora, etc., etc.

Poco a poco, junto con las costumbres, comenzaron a cambiar también las personas, entre las cuales me incluyo. Al principio eran las tiradas de plato de feria en feria, después se incrementaron a otras fiestas: romerías, patronas, etc.etc.. Se siguió adaptando el tiro al plato, un deporte de competición con unas reglas muy estrictas, a algo que se pareciera más a los lances que puede deparar la caza. Surgió así el denominado recorrido de caza, en el cual se tiraban platos por máquinas ocultas de distintas formas y tamaños: platos normales, pequeños (mini y super-mini), aplanados (patenas), rojos o negros, unos se alejan, otros que se acercan, algunos se atraviesan en sentido ascendente u horizontal, rastrero por el suelo, etc... En fin, se intentaba asemejar en lo posible el vuelo más común de las especies cazables. De esta forma los platos se denominaban según la pieza que intentaban imitar: se disponía un recorrido de la perdiz, del pato, de la tórtola, del conejo…, un gran número de situaciones que se intentaban asemejar a la caza al salto. Entre otras cosas, sirvió para reunir a grupos de cazadores en las distintas celebraciones a lo largo del año. No es que se pueda comparar la ficción con la realidad, pero sirvió como entretenimiento y entrenamiento para las largas temporadas en que la veda permanecía cerrada.

Otro problema que surgía a los cazadores era los largos periodos de inactividad a los que se veían sometidos los perros de caza. Por una parte las limitaciones en su uso por la normas de la veda, por la reducción de las jornadas de caza y también el problema para el entrenamiento de los cachorros. Antiguamente estas limitaciones eran mínimas y la abundancia de la caza, juntamente con la temporada más amplia, posibilitaba que los perros se entrenaran más que suficiente durante el ejercicio en tiempo legal. Pero en estos tiempos, si se quería tener a los perros medio entrenados, con la escasez y el recorte de la temporada, no había más remedio que acudir a la caza criada en cautividad y sembrarla en el campo. 

Ya en la postguerra, la escasez de la caza propició la repoblación de la perdiz con la captura y traslado de los sitios donde abundaba a otros donde escaseaba. Pero fue a partir de los años 60 o 70 cuando comienza a producirse los primeros intentos de producción de perdiz roja en cautividad, intentos que hoy en día constituyen un éxito notable. No digamos de la cría de codorniz. Muchos cazadores compraban unos pájaros, de una u otra especie, se los llevaban al campo, procedían a su suelta (siembra de la caza) y posteriormente procedían a su caza como si de un animal silvestre se tratara. Al principio era algo caro, sobre todo la perdiz, pero los adelantos tecnológicos posibilitaron el abaratamiento de la cría y hoy día se puede comprar una perdiz viva por menos de 10 € y codornices bastante más baratas.

Dada la demanda de estos productos, se constituyen los llamados “Cotos intensivos de Caza” regulados en las distintas normativas de las Comunidades Autónomas. Son fincas donde antes de la acción de cazar se procede a la suelta de un determinado número de especies cazables, perdices, codornices, palomas, patos , etc..., criadas en semi-cautividad para posteriormente proceder a su caza con los perros.

 En la foto de más arriba, dos compañeros de caza, Pedro Gracia e hijo, con el resultado de una cacería en un coto intensivo en la provincia de Madrid. Cuando me enviaron la foto por “güasa” les preguntaba:
- Serán de granja, y me respondían
- Son como los pimientos de Padrón, unas si y otras no.
Con la respuesta daban a entender que entre las perdices cobradas podría haber alguna autóctona, al estar cazadas al salto después de una suelta.

El colmo de este tipo de cacerías lo constituye la suelta directa. Los cazadores hemos ido perdiendo poco a poco ese sentimiento de odio y rechazo hacia el ejercicio de este tipo de acciones cinegéticas. Ya no se practica el ejercicio de suelta y posterior caza con los perros. Ahora se practica la suelta y tirada directa: las perdices, palomas, faisanes o lo que sea se sueltan desde lo alto de un cerro y los cazadores dispuestos en círculos las abaten con sus escopetas. Y ya no se limitan a ejercer estas modalidades en periodos de veda, sino que lo hacen en plena temporada de caza. Lo dicho “cuando no hay lomo de todo como”.

A la izquierda un cartel anunciador para una suelta y tirada de perdices.  Después de indagar creo que el sitio donde se celebrará el “evento” es en la finca de “Las Umbrías”, t.m. de Monesterio (Badajoz).
La suelta es de 300 perdices con un costo de 250 € para 12 puestos. Echando una sencilla cuenta sale cada perdiz a 10 €. Una perdiz de granja debe tener un costo de unos 5 €, con lo cual se trabaja al 100%. Unos 1.500 € para sufragar gastos y tener algunas ganancias. Para no ser menos y que salga más económico, la Sociedad Local de Monesterio también van a organizar una tirada esta temporada. Esta será casi seguro a mitad de precio.

Hoy en día la oferta de este tipo de “caza”, por supuesto totalmente “descafeinada”, está a la orden del día. Basta con poner en la barra de “Google” simplemente “tirada de perdices” y ya tienen todos Vds. donde elegir a cualquier nivel: local, provincial, regional y nacional. Páginas y páginas Web con ofertas de tiradas, en ojeos, sueltas desde un cerro, al salto y demás.

Es curioso que una mayoría de los anuncios para ojeos de perdices informan que “para ojeos de perdiz salvaje solicitar información”, lo que quiere decir que los ojeos anunciados son de perdiz de granja: “blanco y en botella”. Una cosa es cierta, el montaje, casi siempre, suele ser excelente: buen recibimiento, suelen ser días apacibles climatológicamente hablando, buen desayuno, buena comida campera y posibilidades de llevar compañía, sea secretario, la mujer o lo que nos apetezca o convenga.


En definitiva, poco a poco debido a las causas enumeradas más arriba, la caza está perdiendo su sentido fundamental. El cazador siempre debe mantener una superioridad sobre la pieza, para que sea caza en vez de lucha, pero no tanta como sucede en este tipo de acción cinegética: la superioridad es demasiada, y ya se sabe: el grado de satisfacción del cazador es directamente proporcional a las dificultades generadas en la acción de cazar.