miércoles, 10 de agosto de 2016

LA CAZA MENOR SE ACABA: CONCLUSIONES A LA TEMPORADA 2015-2016: X. La juventud, también algunos adultos, debería aprender a cazar


No sé si es porque estoy y/o soy viejo y me he vuelto gruñón e inconformista, que puede ser, pero observo en la juventud de ahora un complejo de superioridad que no lo teníamos en nuestra generación, hasta el punto de que, en ocasiones, se permiten darte lecciones de cómo hacer las cosas.  Creo, sinceramente, que la juventud de mi generación era bastante más humilde y tenía muy claro el concepto de que las cosas se consiguen con esfuerzo y experiencia, no sólo la tuya sino también la de aquel que, por viejo, la tiene. Hoy en día, ya desde muy pequeños, - independientemente de la gran fuente de conocimiento que es la TV para bien o para mal, comienzan a manejar un sinfín de aparatos electrónicos, playconsolas, ordenadores, teléfonos, etc..., y encima los “manejan” con soltura, bastante mejor que muchos mayores, - se crean alrededor de ellos una aureola de superioridad totalmente ficticia, ya que lo que hacen con los dichosos aparatitos es una labor de entretenimiento y diversión pura y dura. No hay más que ver a la cantidad de tontos y gilipollas que se ve por la calle intentando capturar “pokemos” con el movil al más puro estilo de cuando intentaban darnos una broma llevándonos a cazar gamusinos (*), haciéndonos creer que se cazaban de noche. Más arriba he puesto la palabra “manejan” entre comillas y cursiva para hacer notar que encuentro muy pocos jóvenes que sepan manejar un ordenador de una forma práctica: sólo lo usan para comunicarse entre ellos sin necesitarlo, ya que lo hacen incluso cuando lo podían realizar en directo, chatean en una mesa separados por dos metros sin hablar, entran en internet para ver tonterías y puedo asegurar que me he encontrado pocos jóvenes que sepan bien manejar un procesador de textos y mucho menos una hoja de cálculo o base de datos. Cuando llegan a un puesto de trabajo en el que tengan que manejar un ordenador se limitan sólo y exclusivamente a introducir datos en un programa hecho a la medida de la empresa, lo que se llama uso a nivel de usuario. Igual les ocurre con el móvil, para lo que menos lo usan, por increíble que parezca, es para hablar por teléfono.
Bueno, pues todo lo dicho anteriormente, si nos pasamos ahora a la cacería tiene la misma o parecida validez: parece que usan la escopeta para todo menos para la caza, o por lo menos eso es lo que se desprende a la hora de la puesta en práctica de la misma.

 Esta nueva generación usa las nuevas tecnologías, siempre según mi opinión particular, de una forma poco adecuada y práctica: han llegado a la caza, igual que a otras cuestiones de la vida, con tecnologías que para sí las hubiéramos querido en nuestra juventud: no saben lo que cuesta llegar a un cazadero porque disponen, en muchos casos, de coches todo-terreno, no saben lo que es desperdiciar una oportunidad de tiro porque disponen de una escopeta repetidora, no saben andar por el terreno ni lo conocen porque disponen de aparatos de localización GPS, no son capaces de comunicarse entre ellos porque en multitud de ocasiones, esos móviles en los que confían ciegamente no tienen suficiente cobertura, hacen uso del móvil con el practiquísimo y mal usado“What sApp Messenger”, están continuamente llamando la atención a perros mal acostumbrados que no le hacen ni puñetero caso, los perros oyen de sobra,  usan  “Walkie Talkie”/s a gogó y ni puñetera idea de cazar (**) , usan cartuchos con “culatínes” larguísimos y cargas de 36 gramos y más que le dan “derecho” a disparar a más de sesenta metros sin acertar pero con el riesgo, muy alto, de quedar caza herida, etc. etc..
Me parece estupendo, y además estoy encantado, que dispongan de todos los adelantos de los que carecimos nosotros, pero yo creo que les hubiera venido bien no disponer tan pronto de un coche para que hubieran sabido apreciar el esfuerzo, haber aprendido a disparar con una escopeta de un cañón para aprender a asegurar el abatimiento de la caza y no disparar sin control, averiguar que una vez disparada la escopeta la misma pieza a la que disparaste u otra se encuentra en mejores condiciones, para abatirla, que al principio, llevar pocos cartuchos,  lo que te lleva a hacer un buen aprovechamiento de ellos, llevar cartuchos normales con los que sabes que es imposible cobrar, no matar o herir, una pieza a más de treinta metros, no se perderían porque irían a cuerda de los conocedores del terreno y aprenderían a conocer el terreno guiándose por los mismos, dejarían trabajar a los perros a su aire con paciencia descubriendo que al final el perro debe convencerse por sí mismo que sin ti no cobra caza, si el perro no se convence es que no vale, etc. etc..
Pero no, no se te ocurra llamarle la atención a ninguno de ellos sobre la posibilidad de que enmiende sus errores porque enseguida te miran con cara de reproche con la incredulidad de que tú le puedas enseñar algo; si acaso es él, el  que te “desprecia”  mirándote con cara de reproche y convencimiento de que lo hace estupendamente. Lo primero que hay que hacer para aprender es tener voluntad de escuchar y conciencia de saber que se puede mejorar, y por supuesto algo de humildad y reconocimiento a la experiencia. Con su forma de actuar no aprenderán nunca; claro que eso sucede con todo, no sólo con la caza.
Viene a cuento lo acontecido en un puesto de zorzales indicativo de lo ligero que tienen algunos cazadores el dedo: “Pasan un grupo de torcaces a no menos de 150 metros, quizás bastante más. Sólo se atisban sus siluetas azuladas: ninguna otra característica diferencial que a ojos de un inexperto permita decir si son torcaces o zuritas. De hecho, tanto uno de los compañeros como su hijo, de unos 15 años, creyeron que eran de estas últimas. Pasan por encima de los puestos de padre e hijo, cada cual con su repetidora. Los dos le descargan las escopetas, seis tiros, y hasta hay un tercer compañero que, contagiado por el tiroteo, le suelta un séptimo. Pero lo más increíble de todo es que el niño, en un acto propio del “far west”, vuelve a cargar la repetidora con otros tres tiros y vuelve a descargarla con las palomas cuando estas, a consecuencia de la primera descarga, se batían en retirada y se encontraba aún más lejos todavía. Pero lo más increíble de todo es que el padre ni siquiera le llama la atención; la formación cinegética brilla por su ausencia”. Las consecuencias de estos actos son siempre negativas: resabio de la caza, piezas heridas imposibles de cobrar, espantar la caza en general y al compañero, quedarte con el arma descargada en ocasión más propicia, gasto innecesario de pólvora, etc., etc.

La mayoría de los cazadores de mi edad, pasamos por las etapas propias de un aprendizaje, bien con alguien de nuestros familiares, o bien con amigos de ellos: hicimos funciones propias de “perros”, en el buen sentido de la palabra, para la cobra de la caza, sobre todo en puesto fijo, de mochilero ayudando a llevar la carga al cazador, y sobre todo una labor que el cazador agradecía enormemente: la de acompañante y aprendiz. Poco a poco, el cazador veterano iba permitiendo al aprendiz el uso del arma con temple y paciencia, corrigiendo errores e instruyendo en el manejo de las armas y en las artes cinegéticas. Había momentos en que este permiso era total, cambiándose las tornas y haciendo el cazador de aprendiz y el aprendiz de cazador.
Todo cazador que ha experimentado este proceso de la compañía de un aprendiz ha experimentado dos satisfacciones bastante grandes: la primera de agradecimiento, al sentirse ayudado por alguien que le suponía físicamente una gran ayuda y otra de orgullo por el convencimiento de realizar una labor de enseñanza. Y todavía le cabe otra satisfacción grande cómo puede ser la de recibir reconocimiento por parte del alumno y una gran alegría al ver el progreso del alumno en su aprendizaje.
Hoy en día, en general, ese proceso de aprendizaje ya no existe: se quiere pasar directamente al mundo laborar a desarrollar una labor de responsabilidad y relieve sin pasar por etapas anteriores que potencien tus cualidades adquiridas, a un sueldo más propio de un veterano que de un novato y a dirigir a personas con más experiencia que tú. Igual ocurre con la caza: se pasa directamente a cazar disponiendo de todos los adelantos de la técnica: buenos cartuchos en cantidad y calidad, coche todo-terreno, repetidora, ropa adecuada, sin contar todos los artilugios que acompañan, adquiridos del “El Corte Inglés” o tienda similar.
Por último no olvidemos a cazadores adultos y al mismo tiempo novatos: personas que de la noche a la mañana han adquirido, por su trabajo u otros medios que aquí no nos interesan, un estatus social alto, y se siente atraídos por esa “parafernalia” que acompaña hoy en día a las cacerías modernas: ojeos de perdices y monterías de cierta categoría. Para terminar, pongo como ejemplo la foto que acompaña más abajo en la que a mi izquierda, se ve a un cazador de la siguiente guisa, fue una montería en la serranía de ronda, t.m. de Istán (Málaga): 


Botas altas de goma. Debía haber previsto el tiempo y tenerle miedo a mojarse los pies por algo de riesgo de lluvias de un 5%.
Calcetines de lana color naranja, con los pantalones embutidos dentro, sobresalientes por encima de la bota.
Zajones de cuero, al más estilo montero.
Pantalón de color café con leche, normal, embutidos en los calcetines y todo ello en las botas
Jersey color naranja con coderas de color gris.
La camisa no se le ve mucho, debe ser normal.
Bufanda de color gris
Gorro a lo “Sherlock Holmes”, de espigas color verde-marrón oscuro, visera en la frente y en la nuca, con el toque final: un lazo de terciopelo en todo lo alto de color entre marrón-naranja y un toque color negro. 
No tuve ocasión de ver las armas y demás artilugios. Hubiera sido interesante.
Estoy seguro que toda la indumentaria que lleva este buen señor, al que tengo todos mis respetos, se puede encontrar en cualquier tienda sin necesidad de que esté especializada en caza y en la mayoría de las tiendas de caza no se encuentra mucha de la ropa que lleva.
Pero toda la indumentaria, con ser rara, queda totalmente eclipsada por el gorro y su coronación: ya debe costar, dinero, y trabajo, encontrar el gorro, pero ¿con ese lazo?, bastante difícil.
Se habla muchas veces de lo que cuesta, económicamente, ser cazador. Independientemente de las enormes diferencias entre los gastos de cazadores populares y los llamados de élite, todo el mundo cuenta los gastos originados por la compra de las armas, arriendo de cotos, cartuchos, ropas y equipos, desplazamientos, comidas, etc. Pero muy pocas gente habla de lo que podíamos titular como “Gastos colaterales del Cazador”.

(*) Hay una escena excelente en la película “Con él llegó el escándalo”, también excelente, de Vincente Minnell, protagonizada por Robert Mitchum, Eleanor Parker, George Peppard y George Hamilton. En ella hay una escena en la que se narra una broma gastada a uno de los protagonistas, Wade (George Hamilton), por parte de un grupo de cazadores: Wade permanece en la oscuridad de la noche alumbrado por un farol, con un reclamo en una mano y un saco abierto en la otra, a la espera de que entren en el los gamusinos. La broma y la humillación marcará un punto de inflexión en el grado de maduración y en la vida del muchacho.

(**) Recuerdo cuando hace años fui jefe de grupo y se me ocurrió, en una caceria en mano, numerar a los cazadores a estilo “mili”. Cuando llegamos al lugar donde dimos cuenta del “taco”, la numeración no tenía nada que ver con la original. Había algunos que habían iniciado en la mano baja y aparecieron en la alta, cualquier parecido con el inicio fue pura coincidencia, amen de otros perdidos.

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