sábado, 25 de junio de 2011

DÍA DE LA SOCIEDAD LOCAL DE CAZADORES Nª Sª DE TENTUDÍA EN MONESTERIO (BADAJOZ)

DÍA DE LA SOCIEDAD LOCAL DE CAZADORES Nª Sª DE TENTUDÍA EN MONESTERIO (BADAJOZ)

Como todos los años, el día 18 de Junio pasado se celebró en los parajes del “Agua Fría” de Monesterio, el día de la Sociedad Local de Cazadores.
Este acto, que cada vez cuenta con más asistencia de socios y otras muchas personas del pueblo, todas bien recibidas, sirve fundamentalmente para que todos ellos se reúnan y fraternicen fuera de lo que es la actividad cinegética y exista ese acercamiento, de forma distendida, tan necesario entre las personas, sobre todo en aquellas que realizan alguna actividad en común.
Se ha aprovechado este año para homenajear a dos personas muy queridas por todos. Por una parte a Julio Álvarez Nevado, al que no pudimos hacerlo en vida, y por otra a una institución de la caza en el pueblo, Antonio “Caniles”.
Julio nos dejó el año pasado, un 29 de Agosto, día de caza. El día anterior habíamos estando tomando unas cervezas, también Conchi su mujer, y ante el panorama desolador de la media veda, no había pájaros en el comedero de las tórtolas, prefirió no asistir a la jornada de caza del domingo.
Por la tarde, me enteré de la terrible noticia; a Julio le había sorprendido la muerte a mediodía. Se presentó de improviso, sin avisar. Joselito, de la cafetería “Los Templarios”, le comunicó a mi mujer que Julio Álvarez había muerto. Me quedé atónito y bastante afectado. Se lo encontraron en el corral, había ido a dar de comer a los perros, con unos alicates en una mano y un trozo de alambre en la otra. Intentaría arreglar algo y le sobrevino un infarto que lo dejó muerto en un cantar, recién jubilado y dispuesto a disfrutar de una vida tranquila y sin sobresaltos.
Recuerdo que allá por el año 1.983, yo regresé a Monesterio, procedente de Valencia. Me vine al pueblo y comencé a trabajar en la profesión libre.
Uno de mis primeros contactos fue con la cooperativa ganadera “AL Kasera” de Calera de León, la cual estaba proyectando una Almazara para moler la aceituna de sus socios. De esta manera conocí a su presidente, Julio Álvarez, y enseguida congeniamos, tanto que seguí trabajando con ellos en una fábrica de piensos y en un cebadero de terneros.
Posteriormente, Julio se hizo socio de la Sociedad de Cazadores de Monesterio, su suegro tenía tierras cedidas, y ya no perdimos el contacto, fuese en las cacerías, reuniones en el campo, matanzas caseras o para tomar copas a solas o con las mujeres en las vacaciones.
Dignas de recordar fueron las expediciones al “Bóvedo” (“Campamento Apache”), las matanzas comunitarias, las comidas en Tentudía, y tantos acontecimientos en los que brillaba por sus dotes de planificación y organización. La presencia de Julio en estos acontecimientos era un seguro de buen funcionamiento. Era el anfitrión perfecto, para los amigos y amigos de los amigos, nunca fallaba.
Su comportamiento en la caza fue siempre ejemplar. Cuando se mataba un bicho en alguna montería, él estaba dispuesto al desuelle y al despiece de la res, sin pereza de ninguna clase. Efectuaba el reparto de la carne de una forma rápida y con destreza, de tal manera que todo el mundo quedaba conforme.
Personalmente no puedo borrar su imagen de mi mente: una imagen siempre simpática y alegre, pero en el fondo de lucha, porque eso es sencillamente lo que era Julio: un luchador, con una fuerza moral extrema, en este mundo tan duro, con temple y serenidad, sin perder la compostura. Siempre dispuesto a sacrificarse por los que estaban a su alrededor.
Supo como nadie sustituir en su casa a la persona de su padre, que los dejó demasiado pronto. Desde muy pequeño trabajó fuerte y duro por su madre y hermanos. El no estudió, pero con su trabajo posibilitó que si lo hicieran sus hermanos. Todos ellos hicieron carrera porque sencillamente el lo quiso y puso los medios para ello.
Siempre recordaré la gran satisfacción que le causaba saber que sus hermanos Cloti y Demetrio habían estudiado y estaban situados en la vida de forma holgada. Sus logros los disfrutaba tanto o más que ellos. Recuerdo igualmente como se alegraba de los estudios de su hermano Miguel, el pequeño. Se sintió orgulloso cuando acabó medicina, como si fuera el padre que le faltó, y como siguió aconsejándolo para que terminara de prepararse antes de empezar a trabajar.
Nada le regalaron, nada le fue fácil. Todo lo contrario, muchos negocios se le volvieron atrás y tuvo que abandonarlos. Recuerdo la majada de cochinas ibéricas, razas seleccionadas, que montó y que tuvo que dejar debido a los precios. Después de dejarlas, los guarros empezaron a subir de precio y más de uno prosperaron a partir de los animales que el había seleccionado. Recuerdo su ida a Zafra para dedicarse al comercio al por mayor de la confección, como se encontró con la competencia desleal del famoso “Made in China” y algún que otro problema causado por su exceso de confianza.
No digo que fuera perfecto, ningún ser humano lo es, pero todo lo que consiguió fue a costa de mucho esfuerzo, de mucho valor, de tirar siempre para adelante, por difíciles que fuesen las circunstancias. Siempre tenía ideas nuevas, siempre estaba luchando y en esa lucha se dejó mucha de su vitalidad.
Desde estas páginas quiero, como amigo y compañero de caza, rendirle el homenaje que no pudimos hacerle en vida. La muerte se presentó sin avisar, demasiado pronto, en un momento cumbre de su vida, recién jubilado, cuando podía haber disfrutado más de la compañía de su familia, con un nieto por el que tenía verdadera obsesión para educarlo en el esfuerzo y en el trabajo, tal como el vivió, pero en otra situación muy distinta, con una casa que estaba construyendo y que no pudo estrenar, y lo que es fundamental, en compañía de Conchi, su mujer, y de sus hijas, Rosa y Guadalupe.
La placa que le entrega la Sociedad de Cazadores a Conchi, quiere demostrar que todos y cada uno de los cazadores de esta Sociedad de Monesterio, tienen un buen recuerdo de Julio. Especialmente se recuerda a un buen compañero de caza, dispuesto a ceder a sus pretensiones particulares en beneficio del grupo. Recordamos a un buen amigo, en las cacerías y fuera de ellas. En definitiva, esta placa quiere significar el aprecio y cariño que todos sentíamos por Julio. Es lo menos que podemos ofrecer a quien siempre estaba dispuesto a hacer lo que fuera en ayuda de los demás.
Julio se deja sentir en cantidad, no sólo por su familia y parientes, para los cuales era como un referente de consejo y ayuda, sino también para sus amigos y conocidos; que Dios lo tenga en su Gloria. Ahora podrá cazar a sus anchas y de camino le pido nos depare a “los de aquí” buenas cacerías, por lo menos sin complicaciones. Hasta siempre, Julio.
También se le entregó una placa conmemorativa a Antonio “Caniles”, el cual se retira de la caza. Antonio ha sido en Monesterio el último representante del cazador nato.
Su afición es de las que nacen, entre otras cosas, como consecuencia de una necesidad, la de llevar a casa un suplemento alimenticio. Antonio tiene ya cerca de los ochenta años, por lo que pasó su juventud en la postguerra de 1936, la década del 1930 al 1940, un periodo de tremenda escasez, al que se llamó popularmente el año del “hambre”. Eran malos tiempos y el “arrimo” de una pieza de caza a la casa, bien para venderla o simplemente para consumirla era de agradecer.
Antonio, puede considerarse como la última reliquia que queda de aquellos cazadores antiguos siempre en la boca de los lugareños, los hermanos “lindones”. Entonces no había veda, se cazaba por necesidad y muy pocos se podían permitir hacerlo por diversión.
Nadie como Antonio para adivinar la querencia de los bichos, el lugar donde encontrar la liebre dependiendo de la climatología y de la época, la caída de la perdiz después del primer o segundo vuelo. Pero por lo que siempre se le distinguió fue por la caza del conejo, al que tuvo que abandonar debido a la escasez causada por las enfermedades.
La práctica desaparición de este animalito está provocando la extinción no solo de predadores como el lince y el águila real, sino también la de aquellos cazadores a los que sus cualidades físicas les abandonan debido a la edad. Ya nos es posible salir con una collera buena de podencos y en un simple y cómodo paseo traerse a casa dos o tres conejos. Eran aquellos tiempos en que la caza requería “perro cojo y cazador cojo”.
Para desarrollar la caza al salto, hoy día, hay que estar en posesión de unas cualidades físicas inmejorables. Hay que corretear sierras y sierras en un continuo subir y bajar para batirse el cobre con la única pieza de caza que sobrevive a todas las adversidades: la presión cinegética, los predadores, la falta de siembra, la climatología adversa, las enfermedades, etc., etc. Es la que ha sido, y espero lo siga siendo toda la vida, la reina de la caza menor, la perdiz.
Claro, que ese continuo sufrir para sobrevivir a tantas adversidades, entre las que figura la escasez del conejo, al convertirse en el blanco de todos los predadores, han hecho de la perdiz de Monesterio, la de Sierra Morena, no un animal silvestre, sino lo que se dice llana y literalmente un animal salvaje, un verdadero diablo. Basta un único lance, uno sólo, en toda una jornada de caza, para que el cazador regrese más que satisfecho de la cacería.
Y eso es lo que ocurre, a Antonio le ha fallado el físico, sus rodillas ya no le acompañan y, para él, otro tipo de cacerías, llámese zorzales, reclamo de la perdiz ó algún que otro puesto de montería, no constituye una cacería en condiciones. Y es, que el que ha subido un año tras otro a Sierra Morena y se ha visto las caras con esos diablos, esas perdices salvajes que “saben mas que Lepe, Lepijo y su hijo”, ya no es capaz de encontrar satisfacción en otros lances.
Espero y le deseo que viva muchos años, que no pierda totalmente la afición, y siga siendo ejemplo de todos nosotros, no sólo como cazador, sino también como persona que se ha hecho querer por todas sus acciones. Enhorabuena, Antonio

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